Disfruta del viaje, en la manera que te haga feliz.
Viajar siempre ha sido para mí un torbellino de emociones. La planificación, salir de casa, llegar a un lugar desconocido… Cada instante está cargado de una energía especial que hace que el corazón lata más rápido. Sin embargo, como amante de la fotografía, hay una constante lucha interna que me acompaña en cada aventura: el dilema entre capturar el momento o vivirlo plenamente.
Al inicio de cada viaje, me encuentro extasiada, con la cámara lista para disparar. Los colores, las texturas, las personas, los paisajes… Todo parece gritar: «Tómame una foto». Y claro, como fotógrafa, siento esa necesidad casi instintiva de inmortalizarlo todo, de llevarme un pedacito de cada lugar conmigo.
Pero luego está el otro lado. Hay momentos en los que siento que la cámara se interpone entre el lugar y yo. En lugar de oler la brisa salada del mar, estoy ajustando el enfoque. En vez de escuchar la música de un mercado callejero, estoy preocupada por el encuadre. Y me pregunto: ¿Estaré perdiendo algo valioso por intentar capturarlo todo?
La verdad es que no hay una respuesta correcta. He aprendido a equilibrar ambos mundos. A veces, dejo la cámara a un lado y permito que mis sentidos se sumerjan en el lugar. Otras veces, dejo que mi pasión por la fotografía tome el control y disfruto del arte de congelar un instante en el tiempo.
Viajar es, en esencia, un acto de conexión: con el mundo, con otras personas y con uno mismo. Y aunque las fotos pueden contar historias hermosas, nada se compara con los recuerdos que quedan grabados en el corazón.
Así que si también has sentido este dilema, mi consejo es: haz ambas cosas. Captura las fotos que te llenen el alma, pero no olvides dejar la cámara de lado de vez en cuando para simplemente estar presente. Al final del día, lo más importante es disfrutar del viaje, de la manera que te haga feliz.
Angie Skull.